Humilde, Manso y Magnánimo: “Venid a mí…”

Jesús es manso y humilde, pero no porque haga cosas pequeñas. Jesús es manso, paciente, porque hace lo que debe hacer aunque tenga que sufrir.  Y es humilde porque hace lo grande por obediencia, no para quedar bien con el mundo.

“Tomad sobre vosotros mi yugo.” Ser de Cristo significa tomar su yugo, y no el yugo del mundo. El yugo del mundo es hacer lo que quieren los demás. Para eso no tengo fuerzas. Para el yugo de Cristo sí las tengo, y lo llevo con él, porque Él me acompaña y me da fuerzas.

Sí, a veces hay que hacer lo que quieren los demás, pero porque Dios lo quiere. A veces, con tal de quedar bien o no tener problemas, ni pensamos en esto.

Tengo que llevar el yugo de Cristo. Eso es ser humilde y “no pretender grandezas que superan mi capacidad.” No puedo hacer mucho, tal vez, ni puedo hacer el trabajo de mañana. Pero puedo hacer, hoy, el trabajo que Él me pide. El pan de cada día lo tengo asegurado. El de mañana, hoy, no lo necesito.

Las obras grandes no se hacen en un día, pero en un día como hoy se pueden empezar, y también continuar, y un día terminar. La humildad no quita la magnanimidad, sino sólo la locura: querer terminar Roma en un día.

¡Y qué grande es, y cómo agranda el alma, hacer todos los días algo grande, aunque sea un poco de ello! Poner cada ladrillo pensando en la ciudad terminada… sabiendo que, aunque esta ciudad no se termine, a la otra, la del Cielo, no le faltará nada. Y encontraremos nuestros ladrillos allí.

Jesús le dijo a Santo Tomás que había escrito bien de Él, aún cuando la Suma no estaba terminada. Santo Tomás había escrito ya lo que debía: su plan no estaba terminado, pero el de Dios sí.