top of page

Amar es estar cerca

  • andresayala3
  • Jul 12
  • 4 min read

“Señor, ¿qué quieres de mí? ¿Qué debo hacer para heredar la vida eterna?” A veces, quisiéramos que el Señor nos dé una tarea, algo para hacer, para así de una vez por todas sacarnos de encima el problema de salvarnos y el miedo a condenarnos. ¡Cuántas veces “amamos” al prójimo simplemente como un modo de sacarnos al prójimo de encima! Es decir, hacemos por el prójimo lo que debemos, y luego lo dejamos, nos apartamos de él. Nos parece que, dando al prójimo lo que le hacía falta, hemos completado nuestra obra: estamos “justificados” y ya nos podemos ir a hacer lo que queremos. Tal vez creemos que amar al prójimo es acercarse a él cuando necesita algo y luego alejarnos, como si no fuera realmente parte de nuestra vida…

En el Evangelio de hoy (Lucas 10, 25-37), el fariseo sabe que debe amar al prójimo, que tiene que hacer algo por el prójimo. Pero tal vez no estaba muy claro quién era el “prójimo,” es decir, el “vecino,” aquel al que se considera “cercano.” ¿Quién es mi prójimo? ¿Es acaso mi familia, o tal vez los miembros de mi comunidad? ¿Se trata solamente de los judíos o se extiende también a los paganos? Algo hay que hacer, pero ¿por quién? Si reducimos los destinatarios del amor, o al menos definimos el objetivo, entonces se nos hace más fácil saber qué hacer y sacarnos el problema de encima. Queremos salvarnos: dennos por favor la receta y se acabó el problema.

Y resulta que para amar al prójimo hay que acercarse y querer tenerlo cerca. Y resulta que hay que acercarse, no porque se lo merezca, sino porque lo necesita. Y resulta que amar al prójimo es entregarse a una persona y no a una obra, no es hacer algo sino darle algo a alguien, y primero que todo darse a sí mismo; amar es hacer algo porque es bueno para alguien. Resulta que amar al prójimo es tener compasión, es sufrir la carencia del prójimo como si fuera nuestra.

El fariseo lo ponía a prueba a Jesús porque le molestaba precisamente la misericordia de Jesús con los pecadores. Jesús se acercaba con compasión a las ovejas perdidas de Israel, a los pecadores y a los humildes, a los ignorantes y a los pobres. ¿Cómo era posible que Jesús amara a aquellas personas que eran tan poco amables, es decir, que parecían tener menos y ser menos? ¿Cómo podíamos considerar cercanos y prójimos a aquellos que estaban tan lejos de nosotros, ya sea por su pobreza material o por su maldad moral? ¿Cómo podemos considerarnos vecinos de aquellos cuyas obras están tan lejos de las nuestras?

La respuesta de Jesús tendrá que ver con la compasión… No se puede amar sin ser herido, no se puede amar impunemente. El amor no es una obra que se hace y queda lista; el amor es una vida, es un modo de vivir y de morir.

Dios no nos mandó hacer cosas, sino amar personas: amar a Dios y al prójimo. Por supuesto que hay que hacer cosas, pero las cosas hay que hacerlas por amor a las personas. Las cosas se empiezan a hacer y se terminan, pero el amor no pasa. ¿Dejo de amar a un pobre después de darle dinero, o lo sigo amando? ¿Le doy dinero para que se aleje de mí, o porque es parte de mi vida? ¿Cómo es parte de mi vida? ¿De qué modo es el pobre mi prójimo?

El amor abre una herida que sólo el amado puede cerrar. El amor no es un juego. El que ama siempre vibra, de alegría o de dolor, por el amado. Si el amado está bien, el que ama goza: no puede ser indiferente. Si el amado sufre, el que ama sufre también, porque está cerca. El que ama no sólo hace algo por el amado, sino que vive por él y con él. El amor no afecta solamente el hacer, sino el ser de una persona. “Ama cielo y serás cielo,” decía San Agustín.

¿Cómo es nuestro amor a Dios? ¿Hacemos un par de cosas por Él, como la misa o alguna oración, para luego deshacernos de Él? ¿Vivimos con Él? ¿Está cerca de nosotros o no? ¿Lo queremos tener cerca, o preferimos que esté lejos? ¿Cómo es nuestro amor al prójimo? ¿Nos dejamos impactar por él? Sí, el que ama tiene que arriesgar, pero eso es vivir, amar. El que no ama ya está muerto. El que ama nunca está solo, porque está cerca del amado, aunque el amado esté físicamente lejos. En cierto sentido, el que ama no puede sufrir, porque Dios lo acompaña hasta en la hora de la muerte. El que no ama, en cambio, siempre sufre soledad, porque, aunque las multitudes lo rodeen, él no se deja tocar, está lejos… y cuando sufre, sufre solo.

No nos quedemos solos… arriesguémonos a amar. Dejémonos tocar por el prójimo, abramos el corazón a la herida del amor. ¿Qué quiere Dios de ti? ¿Qué necesita tu prójimo? ¿Cómo está tu hermano? ¿Dónde está? Que Dios nos ayude a gozar con el que goza, a sufrir con el que sufre, a ayudar al que nos necesita, a perdonar al que nos ha ofendido, a acompañar al que está solo, y a acercarnos al hermano para poder realmente ser prójimos, y prójimos de Cristo.

 
 

Recent Posts

See All
¿Cómo resistir la persecución?

Si una madre escucha a alguien decir que su hijo es malo, no lo recibirá bien y probablemente se enoje. Si alguien le dice que su hijo es...

 
 

    ©2021 by Fr. Andres Ayala, IVE. Proudly created with Wix.com

    bottom of page