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¿Cómo resistir la persecución?

  • andresayala3
  • Aug 9
  • 2 min read

Si una madre escucha a alguien decir que su hijo es malo, no lo recibirá bien y probablemente se enoje. Si alguien le dice que su hijo es culpable de algo que ella no vio, pedirá pruebas y defenderá a su hijo en cuanto sea posible. Y aún si descubre que es culpable, no dejará que se lo castigue más de lo debido. Nos jugamos por aquellos que amamos, porque nada tememos más que el mal de aquellos a quienes amamos. Lo que les hacen a ellos es como si nos lo hicieran a nosotros mismos. Preferimos sufrir lo que sea antes que dejar que se cometa una injusticia contra ellos. Luchamos y nos esforzamos por defenderlos, sufrimos si no podemos evitarles el mal, y todo esto porque los amamos. El bien de ellos es el nuestro, y el mal que se les hace recae sobre nosotros mismos. No podemos ser indiferentes cuando amamos a alguien.

¿Cómo actuamos cuando se ofende a Dios? Pues dependerá de cuánto lo amemos. Hay muchas personas hoy que hablan mal de Dios, o no le creen, o lo ofenden mucho y enseñan a otros a ofender a Dios. Hay muchos que toman a mal que nos comportemos como Dios quiere: les parece tonto que renunciemos al placer o al dinero por ser fieles a alguien que no vemos. ¿Cómo reaccionamos? ¿Qué les decimos? Dios los ama también a ellos y los quiere salvar. Ellos probablemente no lo saben. ¿Cómo actuar en esos casos?

Cristo vino a traer fuego a la tierra. No es el fuego del infierno (ese no está en la tierra), sino el fuego de su Pasión, que quema todo lo que sea pecado y que enciende a los hombres en el amor de Dios. El que es encendido con este fuego tiene que encender a los demás… La cultura mundana intenta apagar este fuego con torrentes de odio a Dios y de pecado. Los bomberos del demonio andan por todo el mundo. Si estás ya encendido en el amor de Dios, pero tu fuego es pequeño, el día de la prueba no podrás resistir. Si tu fuego es grande, “las aguas torrenciales no podrían apagar el amor” (Cant. 8, 7).

Todos alguna vez seremos perseguidos o rechazados por seguir a Cristo. Si lo amamos como a un hijo, o como a un hermano, o como a un padre… si lo amamos más que a nadie, probablemente resistiremos. Lo que nos hace cristianos fuertes es la fuerza de nuestro amor a Dios.

Si el fuego de tu amor es pequeño, como el de una vela, cuídalo del viento y preocúpate de hacerlo crecer. Aliméntalo con la Eucaristía bien recibida. Agrega papel, es decir, las páginas bien leídas de una Biblia. Y haz que tu fuego dure y crezca con madera: la cruz de Cristo (meditada) y tu propia cruz, llevada con perseverancia. Un fuego crecido es un cristiano enamorado… a quien nada ni nadie puede vencer.

 
 

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