top of page

Pensamientos sobre la ansiedad por el rendimiento (o “performance anxiety”)

  • andresayala3
  • Jun 14
  • 6 min read


A veces la ansiedad por lograr cosas es implacable. Se teme que la falta de logros o éxitos haga que nos olviden, nos abandonen, nos reprochen o simplemente no nos quieran. Y así, como si nuestra dignidad dependiera de nuestros éxitos, uno se fatiga por no fracasar hasta con una cierta desesperación, como si en ello le fuera la vida. Cuando esta ansiedad nos domina, el trabajo se vuelve como el impuesto al aire que respiramos, como un pago obligado por el amor y la atención que necesitamos para sobrevivir.

Cómo se origina esta ansiedad es una cuestión interesante, pero hoy quiero decir algo que ayude a los que sufren por esta ansiedad a salir de ella. Dado que esta ansiedad es un problema emocional (aunque no solamente sea esto), no se debe esperar una solución mágica o instantánea, a no ser por milagro. Las emociones desordenadas se corrigen con el tiempo y el largo ejercitarse. Esto se debe, entre otras razones, a que estas ansiedades implican no sólo un aspecto afectivo, sino también un error perceptivo, es decir, la persona está habituada a percibir el mundo de un modo erróneo… y salir de ese mundo es casi tan difícil como ir a otro planeta. Difícil, sí, pero no imposible.

Quien tiene esta ansiedad percibe su trabajo como un deber opresivo (un impuesto, la necesaria cuota de ladrillos para no recibir palos, o peor) y a veces también como abrumador, imposible de terminar. ¡Qué bueno sería, en cambio considerar el trabajo como el fruto del amor, del haber sido amado, y como un acto de amor que responde al amor que uno recibe de Dios! ¡Qué alivio sería poder considerar el trabajo como un acto de libertad y no de esclavitud! Lo que sigue puede ayudar a los que tengan este deseo.

Dicho sea de paso, estos pensamientos no necesitan leerse todos a la vez, ni de corrido. Pueden ser un poco densos a veces. Cuando el lector encuentre algo que le sirva, quédese con eso y olvídese del resto. Que “no el mucho saber harta y satisface el alma…”[1]

 

1.  Dice el alma en su ansiedad: “¿Podrá alguien considerarme bueno si no hago nada? ¿Cómo lograré que alguien me preste atención si no recibe nada de mí? ¿Cómo entraré en su mundo?”

Tal vez haya alguien entre los hombres que te ame aunque no hagas nada. O tal vez no lo haya. Lo importante, sin embargo, es que hay alguien que espera mucho de vos porque te ama y ya te lo ha dado todo: Dios.

Dios espera mucho de ti, confía en ti, porque sabe lo que ha hecho en ti. Él plantó la flor y sabe de flores; por eso, sólo espera gozar de sus colores.

Él espera con amor, con la confianza gozosa de quien sabe que algo bueno vendrá. Él no espera como un acreedor por el saldo de una deuda, ni como un resentido por el momento de venganza. Él sabe que obtendrá algo bueno, porque ha plantado un buen árbol. Él sabe que puede dar mucho fruto, porque el árbol es fecundo.

“Así y todo, ¿qué mucho puedo dar a Dios? ¿Qué frutos serán dignos de un Dios Trino?” Pues nada que tu puedas crear: ¿qué obra humana es digna de Dios? Pero cualquier cosa que hagas, con el amor que Él ha puesto en ti, es sacrificio perfecto en Cristo. Sin amor, quemarse vivo por Dios no vale nada; con amor, un vaso de agua gana el Cielo. Por eso Dios espera mucho, porque el amor que Él ha derramado en nuestros corazones tiene algo de infinito. Lo que espera es mucho amor, no mucho trabajo… ¿No sería hermoso entender esto? El que trabaja porque ama no es esclavo sino libre.

2.  “¿Cómo puede alguien amarme si no hago nada? ¿Qué valgo si no logro nada?”

-  Hay alguien que te hizo, antes de que pudieras hacer nada, porque te consideraba bueno. Eras una idea en su mente, y Él pensó: “¡Qué hermoso/a es! ¡Qué bueno sería que existiera!” Por amor, te hizo bueno y capaz de hacer cosas buenas. El que hagas cosas buenas es signo de su bondad, no la causa; es efecto de su amor, no el impuesto de su amor.

-  No debes hacer nada para obtener su amor: no puedes. Debes hacer mucho por amor a él. Es decir, debes hacer mucho para corresponder a su amor, no para pagarlo. “Si alguien quisiera comprar el amor con todas las riquezas de su casa…” (Cantar 8, 7) Amar a Dios es devolverse a sí mismo como único don posible. Un don gratuito, porque es libre. Un don debido, porque venimos de él y estamos hechos para él. Un don liberador, porque es el único que nos hará felices.

3.  “¡Temo fracasar, temo fallarle, temo no poder hacer todo lo que él espera de mí!”

-  No hay nada que temer. No estás en peligro de perder su amor: su amor te hizo, y su amor es eterno. Puedes perderlo, sí, si tú quieres, pero no porque alguien o algo te lo pueda quitar (“¿Quién podrá separarnos del amor de Cristo?”, Romanos 8, 35), o porque no tengas suficiente para pagar la cuota mensual. Tu deber no es pagar por el amor, sino devolver el que se te ha dado. Tu deber no es trabajar, sino amar.

-  Tu deber es dar lo que has recibido, nada más. Nunca es demasiado lo que se te pide. Tu deber es dar lo que has recibido, nada menos: porque lo único suficiente es darse a sí mismo, enteramente. Amar a alguien es darle todo, es darse.

-  Tal vez el escuchar que “no puedes dar menos” te dé nuevos miedos: miedos de no poder dar lo que se espera de ti, miedos de fracasar. A ti te digo, entonces: este “no poder dar menos” es lo mismo que darse del todo.

No es estresante, sino extático, como el amor.

No es estresante, además, porque no requiere dar de más, ni siquiera mucho: es dar lo que uno puede y tiene, y sin temor de perderlo, porque uno se lo da a quien ama. Nuestro bien está seguro con Él.

Es dar sin temor de perder lo que uno necesita, es dar por amor, porque uno quiere, y a quien uno ama.

-  El no poder dar menos no significa la opresión de un esclavo, que siente la necesidad de completar la cuota de ladrillos para no recibir palos, o para recibir algo (no alguien) a cambio. No poder dar menos es el débito del amor. Pongámoslo así:

-       Dios no quiere esclavos, porque no necesita nada.

-       Nosotros no podemos servirlo como esclavos, porque sería trabajar por la paga y no por Dios mismo.

-       Nosotros no necesitamos nada que no sea Dios mismo: las otras cosas que necesitamos, ya las tenemos porque Dios nos las dio o nos las dará.

-       Dios no quiere nada que no seamos nosotros mismos, porque no necesita nada.

Nuestra relación con Dios sólo puede ser una relación de amor. Trabajar por Dios es darse a él con los talentos que él nos ha dado.

Es decir, hacemos realmente por Dios lo que hacemos por amor. No se puede trabajar para Dios como un esclavo. El que trabaja como esclavo trabaja por la paga, no por Dios. ¡Dios te quiere libre! El matrimonio se da entre dos personas libres. Lo que Dios quiere se parece al matrimonio.

-  Dios me pide que haga lo que puedo, nada más. Dios me pide que lo haga por mi propio bien, no por el suyo. Dios no gana nada, yo gano. Ni siquiera me lo pide principalmente por el bien de los demás: si fuera por eso, Él mismo, un ángel u otras personas podrían hacerlo, y hasta mejor que yo. El pedido de Dios es siempre un beso, y lo que pide es un beso. Así como el beso es por el bien del amado, y se corresponde con lo mismo, así Dios pide dando lo que quiere que le demos.

4.  En definitiva, lo que le digo al niño interior que me pide descanso de tanto trabajo, y que se siente oprimido, es que descanse, que ya es libre, que ya Dios nos ha dado su amor y no hace falta trabajar más para ser libre.

Lo que le digo al niño interior que me dice que el trabajo es demasiado, que no se va a terminar nunca, a la parte de mí que desespera, es que Dios no pide más que lo que podemos hacer, y que ya él nos ha dado la capacidad, los medios, la energía y el tiempo que necesitamos para hacer lo que Él nos ha pedido. Trato de darle seguridad, de animarlo, mostrándole que el partido está ganado y que sólo hay que jugarlo.

Y al niño que me dice que no hay modo de salir de esta trampa, que no hay cohete que me saque de este planeta de ansiedad, le digo: “Es difícil para un niño, pero no es tu trabajo. Con la ayuda de Dios, yo lo haré, y vas a ver qué lindo la pasamos en el mundo real.”

Ojalá este miedo de perder el amor de los hombres se convierta en la alegría de saberse amado por Dios y en el deseo de amar, a Dios y a los demás, con los dones recibidos. Ojalá este sentimiento de opresión y cansancio, propio de la esclavitud, se transforme en libertad, la libertad del hijo que se siente amado por su Padre.


[1] San Ignacio de Loyola, Ejercicios Espirituales.

 
 

Recent Posts

See All
¿Cómo resistir la persecución?

Si una madre escucha a alguien decir que su hijo es malo, no lo recibirá bien y probablemente se enoje. Si alguien le dice que su hijo es...

 
 
Amar es estar cerca

“Señor, ¿qué quieres de mí? ¿Qué debo hacer para heredar la vida eterna?” A veces, quisiéramos que el Señor nos dé una tarea, algo para...

 
 

    ©2021 by Fr. Andres Ayala, IVE. Proudly created with Wix.com

    bottom of page